Santiago Velasco
Suplicar a Dios, no sirve de nada.

Qué respuesta tan peculiar hemos desarrollado. Cuando nos vemos inmersos en una dificultad que nos sobrepasa… o miramos a Dios y suplicamos su ayuda y misericordia, o nos cabreamos con él, y empezamos nuestros pactos con el demonio.
No me faltan en la memoria momentos de desesperación en los que he gritado al cielo suplicando ayuda, para acto seguido acabar maldiciendo a todos los Dioses. Por fortuna, mi visión del mundo me permite decirle de todo a cualquier “jerarquía celestial” sin que se mosquee conmigo.
Cuando me recuerdo en esta energía, me veo como un niño pequeño, pataleando porque papa y mama no le dejan comer más chucherías y el brócoli no me gusta.
Personalmente, considero que lo estamos pillando al revés. No creo que Dios y el universo responda a nuestras suplicas. Veo la súplica como un burbuja de tensión mental que necesita ser desahogada, nada más.
¿Cuántas personas habrán muerto a lo largo de la historia suplicando misericordia?
¿Cuántos habrán vivido decadas arrodillados mirando al cielo sin ver cambio alguno en sus vidas?
La súplica no genera cambio, porque no genera movimiento. Pero lo que si nos aporta es conexión con nuestra impotencia, y con ello, nos abre a la necesidad de pedir ayuda. Según lo cabezones que seamos, a veces nos vemos obligados a caer a nuestros propios infiernos, porque solo así nos abrimos a ver más allá de nuestras propias interpretaciones de lo que está pasando.
Si eres humano, tienes deseos, y si tienes deseos, la distancia entre estos y la realidad presente a veces puede llegar a ser verdaderamente frustrante. Vivir inconscientemente tensiones internas como la rabia, el odio o la frustración y proyectarlas en causas externas, es la principal fuente de dolor y sufrimiento en mundo.
Si tienes un problema, y lo proyectas en otros, solo esparcirás tu angustia, y si lo proyectas en Dios o cualquier poder superior, surgirá la desesperanza.
Por otro lado, si proyectas la solución en otros, surgirá la dependencia, y si la proyectas en Dios, y te quedas en casita sentado esperando que todo cambie, pues ahí te quedaras, en casita esperando.
A veces, la súplica nos hace más receptivos a recibir respuestas, y con ello, a posibles pistas que nos abran nuevas ideas para avanzar en nuestro camino.
¡Y este es el arte de aprender a vivir!
Saber surfear las olas de altibajos que nos plantea la vida, sin soltar el timón, y conectados con las fuerzas que nos mueven más allá de la identificación con nuestro ego.
Cuando me cazo en uno de mis bajos, simplemente me permito estar cabreado con todo, gritarle al cielo, y suplicar si eso es lo que siento que quiero expresar, pero sin nunca perder la perspectiva. La fuente del cabreo no está en “todo”, sino simplemente en mi estado mental, y solo estoy sacando mi rabieta para apaciguarme. En momentos de oscuridad, es importante no dejarse cegar por la emoción, dejar que te posea la emoción solo empeora las cosas, y buscar soluciones, probablemente lleve a acciones de baja calidad. Pero de igual manera, es importante tener una vía de desfogue que permita deshacer el nudo de manera saludable.
Aceptar estos estados como parte de la vida, e incluso aprovecharlos para invertir un poco más de atención en tí, y aprender del mensaje tras la emocion, es la mejor menera de aprovechar estos momentos. Antes de que te des cuenta, la tensión se habrá disuelto, los cielos despejado, y desde ahí podrán nacer nuevas ideas que traigan soluciones desde la inspiración, no la carencia.
Cuando los cielos se nublan, es esencial conectar con la Fé, en tí, en la gente que te acompaña, y en cualquier fuerza superior con la que te sientas conectado… pero ya tendremos tiempo de hablar de esto en otro momento ;)