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¿Ser o no ser Espiritual? E ahí la cuestión.

La palabra “espiritualidad” es una bastante cliché. Cuando la escuchas, puede que automáticamente te imagines a una señora tirando el tarot en una sala con piedras exóticas que huele a incienso.


Créeme, me encantan este tipo de señoras, ¿pero soy yo una de ellas?


A lo largo de mi camino, me he visto en conflicto más de una vez con este termino. ¿Me considero espiritual? ¿qué supone etiquetarse de tal manera?



Recientemente estuve en un retiro de Tantra, cuya maestra era discípula de Osho (influyente gurú de siglo XX) , y citó de él algo así como:


Mientras la filosofía Oriental se ha enfocado en en la exploración interior, Occidente lo ha hecho en el desarrollo del mundo de la materia. Tanto un lado como otro, está en desequilibrio, y es necesaria una integración de ambas dimensiones.

Es posible que haya metido algo de mi en esta cita, pero así se me quedó grabada.


Hablar de espiritualidad, es hablar de lo trascendental, de la dimensión intangible, más allá de nuestros cinco sentidos, que mueve la realidad manifiesta. A lo largo de la historia, hemos definido esta fuerza como Dios, un concepto que ha perdido bastante caché desde el surgimiento del pensamiento científico.


Actualmente, fruto de la globalización, esta fusión entre la profundidad oriental y la abundancia occidental ha comenzando a darse. Un caótico proceso en busca de autoconocimiento, que ha traído como descendiente la espiritualidad “new age”, y una increíble abundancia literaria en las secciones de autoayuda.


La religión puso a dios en los cielos, y ordenó la sociedad en torno a él; la ciencia, mató a Dios, y puso al ser humano en el centro del universo; la espiritualidad moderna, busca reconciliarse con lo divino, sin perder la importancia del yo, pero buscando su interconexión con el todo.


Cuando la vida aprieta, y las soluciones externas no son eficaces contra el problema, uno comienza a buscar hacia adentro, donde se encuentra la puerta a lo trascendental. Aquellos que hemos nacido en una sociedad moderna, con todos los beneficios del mundo desarrollado, sin la presión del pensamiento dogmático religioso, y sentimos que hay algo más allá del materialismo científico y la razón, acabamos adentrándonos en esta nueva subcultura. Somos “espirituales, no religiosos”.


En este proceso, el individuo ha normalizado los beneficios del mundo moderno, y chocado con sus limites, enfocándose ahora en el malestar que este genera en su vida. El individualismo, la competitividad, productividad, consumismo o materialismo, pasan de ser fuentes de abundancia a serlo de estrés, desequilibrio emocional, insatisfacción crónica o soledad.


Se comienza a generar alergia y rechazo a los valores occidentales, y la paz y ecuanimidad de un buda sentado meditando comienza percibirse más que atractiva. La mirada ha girado hacia oriente, en un movimiento hacia la sabiduría de sus grandes tradiciones.


En esencia, esta es una búsqueda de profundización en uno mismo, pero acostumbrados a movernos hacia afuera, comenzamos a perseguir los símbolos que representan esa profundidad. Referencias budistas o hindúes comienzan a fusionarse con las raíces occidentales de quienes las consumen. Así, comienzan a surgir todo tipo de interpretaciones, en forma de terapias alternativas (ej. Biodescodificación) , energéticas (ej. Reiki), o meditativas (ej. Mindfulness).


El proceso del ser inconsciente, al ser consciente, pasa por el trampolín del ego espiritual. Y esta es la forma que nuestra psicología toma al integrar los símbolos, prácticas, hábitos, y formas de pensamiento espirituales, generando una nueva subcultura.


Antes del reconocimiento de que nada de esto es realmente relevante a nuestra verdad última, el “yo” se infla de esta nueva serie de características. La espiritualidad moderna se aferra al “yo”, cuando el verdadero desarrollo interior, se da a través de la deconstrucción de este, hasta el reconocimiento de que realmente no existe, y ver lo que somos más allá.


Pero todo esto es, en sí, un proceso natural, en el que si quitamos el zoom y vemos la imagen completa, podemos reconocer que la integración entre sabiduría (oriente) y desarrollo material (occidente), lenta y caóticamente, se está dando.


¿Entonces, me considero espiritual?


En esencia, sí, pero en forma, aunque sin duda tengo muchas influencias espirituales (y tienen su lugar en mi), creo que la parafernalia espiritual está quedando desactualizada, y tanto su forma de pensamiento, como sus símbolos y lenguaje, necesitan evolucionar.


Digamos que me gusta meterme en estos temas, receptivo a escuchar algo que despierte en mi nuevos entendimientos de mi mismo, pero sin hacerle mucho caso a los adornos.


Lo que uno descubre al bucear en las profundidades de si mismo, es universal a todos los seres humanos. Lo que varía, es la manera de describirlo cuando vuelves a la superficie. Y esta variación es influida por la cultura, y los tiempos que corren.


En los últimos 100 años, el mundo ha cambiado por completo, y se dirige hacia potenciales desconocidos. No podemos esperar que filosofías orientales nacidas hace milenios, nos den un mapa para construir el futuro.


En su rechazo a los valores occidentales, la visión estereotípica espiritual suele imaginar el desarrollo como una especie de paraíso hippy, una regresión que nos acerca a la naturaleza y aleja de la tecnología, junto a una serie de superpoderes metafísicos.


En cambio, yo hablaría más de una fusión entre un desarrollo tecnológico tan elevado que nos parecería magia, gestionado y al servicio de una sociedad con nuevos niveles de autoconocimiento y sabiduría. Una fusión que rompe las fronteras de lo actualmente imaginable.


Habrá que vivir para descubrirlo.

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